Este texto se los quiero presentar desde el patio de la casa en Isla Negra, casa del Gran Poeta y uno de nuestros Premio Nobel, el Chileno Pablo Neruda, más específicamente desde la embarcación que siempre estuvo ubicada sobre tierra “le encantaba servir acá el aperitivo a sus invitados y lo calificaba como el barco más seguro para navegar, porque el que se mareaba podía pisar de inmediato tierra firme”.
Legalizar las drogas para disminuir su consumo y favorecer a la sociedad.
Sin duda que la primera reacción a este título provocará un alto rechazo, pero de todos modos sigo con mi desarrollo.
Y me apoyaré en una consulta inicial sobre un supuesto que es indesmentible:
Supuesto: se reúne todo el dinero y la riqueza del mundo y se reúne a todos los consumidores de drogas del mundo para repartirles en partes iguales esta riqueza acumulada.
Pregunta: ¿se puede asegurar que por todo ese dinero, desde ese momento en adelante nunca más ninguno de ellos volvería a consumir drogas?
Respuesta: NO, obviamente que ellos no dejarían de consumir drogas, quizás algunos cambiarían su estilo de vida y puede que algunos no volvieran a consumirla, pero la mayoría sin duda aumentaría su consumo al eliminarse la restricción presupuestaria que los limita.
Conclusión: No es cosa de recursos destinados a controlar el consumo lo que solucionará el problema de la drogadicción en nuestra sociedad y entiéndase la sociedad global, ya que no existen fronteras para las drogas. Demostrar esta afirmación geográfica la dejaré como tarea para otro Blog, por ahora la asumiré sólo por observación personal; sino que alguien me explique la presencia de perros amaestrados en la detección de drogas en todos los aeropuertos del mundo.
Una segunda conclusión quizás menos representativa sea que debemos asumir que el grupo miembro de la generación actual adicto a las drogas ya es caso perdido, e incluso quizás debamos pensar que la generación siguiente ya tiene una importante carga de mensaje genético transmitiendo la herencia de vida de sus progenitores, si es que serán capaces de procrear luego del daño fisiológico del consumo, por lo que las soluciones quizás si deban ser pensadas con resultados a 100 años plazos.
Como aporte al tratamiento de los actuales dependientes de las drogas, quiero presentar un experimento que leí en la Página de El Cato Institute, centro de investigación de políticas públicas no partidista con sede en Washington, D.C., fundado en 1977, en un artículo del
Con esto quiero cerrar el tratamiento actual del combate al consumo, separando el ser consumidor con ser un desadaptado dañando a la sociedad en la búsqueda de conseguir la droga, con el costo económico social que esto conlleva. Salir del mercado de la droga en sí y entenderlo como un parte del mercado social completo.
Hasta acá, matices más, matices menos, creo que es difícil estar en desacuerdo con los planteamientos que he presentado; entonces ahora y como forma de detener la debacle que he anunciado amarillistamente para despertar la ira de quienes leen mi ensayo y piensan en los cientos de miles de niños que hoy consumen drogas y a quienes he condenado a una vida de adictos, decirles que efectivamente no me preocuparé de soluciones para ellos porque ya existen recursos por montones entregados a programas de combate a las drogas que hasta ahora no muestran mayores resultados efectivos y me dedicaré a brindarles protección a los restantes millones de ciudadanos que están aterrados pensando en qué pasará con esos niños de hoy cuando crezcan y arrasen con su seguridad afectando el bien común. Creo que la idea del subsidio en drogas para conseguir sacarlos de la escalada de daño social puede ser una buena oportunidad para ello.
Ya probé que era utópico pensar en que se puede combatir el consumo de droga con recursos materiales y di una opción de cómo asumir el mal menor. Ahora voy por mi oferta.
Mi opinión es que la mejor opción de largo plazo, es atacar la rentabilidad que el negocio de producir droga entrega hoy en día y para esto tenemos dos opciones de hacerlo o ambas a la vez.
Una es subir los costos de producción y la segunda es bajar el precio final del producto; y mejor aún si sumamos las dos.
Pues esto se consigue legalizando la producción y consumo de drogas, ya que una vez establecido, se puede aplicar un impuesto a la oferta que castigue el retorno del productor y que le devuelva a la sociedad parte del daño social que está provocando su producción e incluso que el propio estado se convierta en productor para aumentar la oferta (esto es una exageración, pero sirve para reforzar mi idea) y luego esperar que la nueva oferta haga bajar el precio originalmente clandestino, con lo que irán desapareciendo muchos de los productores que hoy pueden pagar sus altísimos niveles de costos por el infinito precio que esta droga alcanza en el mercado gracias a su clandestinaje.
Ahora repacemos un poco las variables de la función de costos del productor de drogas: primero los costos asociados a la producción en sí, como la semilla, el terreno, etc., pero también debemos agregar a estas variables los costos asociados a: la corrupción social, el daño al estado de derecho, la evasión tributaria, la delincuencia, el matonaje, y todo el mundo delictual que se mueve gracias al financiamiento posible sólo por las ganancias extranormales del sobreprecio del mercado negro de las drogas, tratando de ser técnico en la definición.
Entonces si logramos que el mercado lleve el precio a un equilibrio, ¿les alcanzará a los productores para financiar la actual maquinaria ilícita?, es seguro que al menos al nivel que lo hace hoy no les alcanzaría, por lo que ya tendríamos un efecto positivo sobre el bienestar social. Menos dinero para corromper el sistema legal significa un estado de derecho opoerando y una sociedad con instituciones más sólidas e íntegras para fiscalizar y controlar la producción.
Ahora retomo el inicio de mi ensayo y recalco que la droga no la erradicaremos de nuestra sociedad porque ya es parte de ella, pero podemos controlar su producción para conseguir hacer mínima la parte del daño que provoca a la sociedad en general por las vías delictivas que hoy no han podido ser controladas por leyes ineficientes porque están dirigidas a fundamentos que no son los acertados.
Por definición de vida, creo que no debemos interferir en la libertad de elegir el consumo y la adicción de cada persona, porque con eso sólo legitimamos la ilegalidad, pero sí podemos proteger al conjunto social restante de los efectos de esas decisiones y esa es finalmente mi idea.
Creo en el subsidio en droga a los actuales drogadictos. Es una forma de conseguir que ellos no sigan provocándole pérdidas a la sociedad y al menos sumen un mínimo.
Creo en la legalización de la producción y consumo para afectar los ingresos extranormales que financian el daño social.
Pero con la misma fuerza, creo en una campaña educativa sin proselitismo, sin prejuicios ni estigmas sociales heredados de antaño con claros sesgos controladores y limitantes de libertades, sin fundamentalismos atrasados a la evolución de la sociedad actual y donde la libertad de conciencia se respete, porque creo que si alguien sabe los daños que la droga provoca, difícilmente se acerque a consumirla y como habremos arruinado a los productores, la oferta ya no tendrá el mismo poder de persuasión para iniciarlos al consumo.
Pero también creo que si alguien decide libremente hacerse consumidor, debemos responsabilizarlo legal y económicamente por la externalidad negativa que genera y ponerle una cuota de retorno mínimo hacia la sociedad, remunerándole con su moneda, una cuota de droga garantizada por la misma sociedad, al menos así sumaría cero. Hoy los drogadictos suman negativo para nuestra sociedad.
Como corolario: Creo en un mercado legalizado de la entretención, donde compitan libremente por los mismos recursos económicos: una entrada al cine, una entrada al estadio, un libro, un ejemplar de Condorito, una ronda de cervezas con los amigos y un papelillo de pasta base de cocaína.
Rodrigo Llanos Canales, Universidad Finis Terrae, Santiago Chile.
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